LA JERARQUÍA DE LOS PECADOS. PARTE III. JUDAS Y LA MUJER ADÚLTERA.


 

LA JERARQUÍA DE LOS PECADOS

TERCERA PARTE

JUDAS Y LA MUJER ADÚLTERA

            Judas fue un personaje nefasto, pero necesario en la vida del Maestro. Recordemos lo que escribió Lucas en una oportunidad, “acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en mano de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día” (Lucas 24:6a,7). En otro pasaje de la Escritura, el Señor Jesucristo “se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar” (Juan 13:21).  Es decir, uno de sus discípulos le traicionaría, y ese triste personaje se llamó Judas. Aparte de ser su discípulo, Judas pasó a desempeñar funciones de confianza, ya que le fueron entregadas las finanzas. Tuvo las mismas oportunidades de salvación que los once. Sin embargo, mientras peregrinaba con el Maestro, escuchaba sus enseñanzas, presenciaba en primera fila sus milagros, acariciaba en secreto sus verdaderas intenciones. En ocasiones, ya le resultaba inevitable disimularlas. En una oportunidad “María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Y… …dijo Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella.” (Juan 12:3-6).

            Judas no fue condenado precisamente por traicionar al Maestro, aunque leer lo que hizo, produzca en nosotros un recalcitrante desprecio. Otros de los discípulos de Jesús también le abandonaron en el momento que más necesitó de ellos, como Pedro, por ejemplo. Pero, algo distinto se gestó en Judas, que lo llevó a actuar diferente. Observemos lo que establece la Palabra al respecto: “Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce; y éste fue y habló con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia, de cómo se lo entregaría.” (Lucas 22:3-4). Judas tuvo un privilegio de pocos: andar con el Señor Jesús, pero “amó la maldición, y ésta le sobrevino; …no quiso la bendición, y ella se alejó de él” (Salmos 109:17). Jesucristo, en su oración de Juan 17, nos demuestra que su apreciación respecto a la vida espiritual de Judas, está muy por encima de la que nos entrega cada porción de los autores de los evangelios. “…a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese.” (Juan 17:12b). Evidentemente, el Señor siempre supo quién estuvo a su lado en la persona de Judas, el tiempo que duró su ministerio terrenal.

            Ahora bien, en concordancia con la dinámica de este estudio, hagamos el tercer ejercicio de comparación, pero esta vez, entre Judas, el Iscariote y La Mujer Adúltera del relato de Juan 8:3-11. Esta porción de la Biblia, relata un episodio de mucha trascendencia por su contenido práctico, aunque muchos eruditos dudan de su pureza, al punto de considerar que no haya sido escrito por Juan. Otros estiman que fue escrito por un autor no inspirado y que el relato fue incorporado posteriormente al libro. La razón por la cual, se hace mención de este detalle, es precisamente porque una de las razones alegadas para su cuestionamiento, es el riesgo de que se interprete que este pasaje aliente el pecado de adulterio, ya que se preguntarían cómo es posible que una practicante de un pecado de naturaleza sexual, sea excusada tan fácilmente.

            Juan relata que Jesús, esa mañana, vino al templo y enseñaba al pueblo. De repente, los escribas y fariseos, que ya venían buscando ocasión de tentarle y acusarle, interrumpen la enseñanza trayendo a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. Expuesta la acusación, confrontando al Maestro con la ley de Moisés en clara alusión a Levítico 20:10, reciben de Jesús una cordial invitación a ejecutar la sentencia pretendida. Nótese que el Señor no contradice lo establecido en la ley, pero indirectamente recalca que quienes la ejecuten, deben tener el respaldo moral. Los acusadores, al ser enfrentados con su conciencia, fueron retirándose uno a uno de la escena. Finalmente, Jesús dice a la mujer, “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11b).

        El relato bíblico no menciona que la mujer se haya arrepentido de su pecado. No obstante, el tratamiento que Jesús dio al caso tampoco refleja consentimiento alguno hacia su condición. Simplemente el Señor hizo con la mujer adúltera, lo que ha hecho con cada uno de nosotros. Nos ha otorgado su perdón, esperando que una vez que lo hayamos recibido, no reincidamos en el pecado.

            A la luz de la moral de la sociedad contemporánea, el pecado de adulterio, igual que el de fornicación, ha sido constituido peligrosamente en uno de los motivos que más ha llevado y llevará almas al infierno, mientras que al resto de los pecados, en franca contraposición a lo establecido en Gálatas 5:19-21, parece dársele menor importancia. Sin la más mínima intención de mermar la relevancia histórica y espiritual que tuvieron las acciones impías llevadas a cabo por Judas en el desenlace del plan de los siglos, si comparamos su pecado de traición y hurto con el de adulterio de esta mujer anónima, no es difícil darnos cuenta que hubo intervención de otros factores agravantes, para que las consecuencias en la vida de ambos actuantes fuesen tan diferenciadas. En otras palabras, si no fuese por la relevancia que tuvo la traición de Judas en la vida del Maestro, con toda probabilidad, la moral de nuestra sociedad fuese absuelto a un hombre que sólo cometió acto de traición y apropiación indebida, mientras que, imitando a aquellos fariseos y escribas, la mujer sorprendida en pecado de adulterio no tendría la menor oportunidad. Prueba de ello es el hecho que, en la mayoría de las traducciones y revisiones bíblicas, este pasaje se nombra como la mujer adúltera o Jesús y la mujer adúltera, pero en ninguna redacción, cuando el relato habla de Judas, vemos que se nombre como el traidor Judas o Judas el ladrón.

            Ante tales circunstancias y de conformidad con la escala de valores que utiliza nuestra sociedad, ¿No resulta más lógico que la mujer adúltera fuese sido condenada y Judas perdonado? Según los parámetros morales del presente, si no fuese sido al Señor Jesús al que Judas traicionó, ¿No merecía mayor conmiseración este, que una mujer sorprendida en el mismo acto de adulterio? Entonces, ¿En qué punto radicó la diferencia, para que esta mujer recibiese el perdón y Judas no? ¿Fue más grave el pecado de Judas?

            Continuará.

Por: Isaí Vegas C.

Lima, Octubre, 2.020

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