CRÓNICA DE UNA MUERTE NECESARIA
Isaías 6:1-8
1 En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor
sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.
2 Por encima de él había serafines; cada uno tenía
seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos
volaban.
3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo,
santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.
4 Y los quiciales de las puertas se estremecieron con
la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.
5 Entonces dije: !Ay de mí! que soy muerto; porque
siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene
labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.
6 Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su
mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas;
7 y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que
esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.
8 Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré,
y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.
Estimado
amigo lector, para iniciarnos en la presente reflexión, es necesario que
meditemos un poco en quién era Isaías. Esto nos permitirá comprender con mayor
facilidad, aspectos importantes del contexto.
Isaías
es un nombre propio masculino, procedente del hebreo que significa “Jehová ha
salvado”. Fue uno de los profetas mayores de Israel. El ejercicio de su
ministerio profético tuvo lugar en el Reino de Judá en el siglo VIII (758 - 686
A.C.), abarcando las monarquías desde Uzías hasta Manasés, incluyendo entre
ellas a Jotán, Acaz y Ezequías. Casado, con dos hijos, Sear-jasub (un remanente volverá) Isaías 7:3 y Maher-salal-hasbaz (apurándose al botín) Isaías
7:3.
Se
presume que Isaías inicia su ministerio desde muy joven, veinte años quizás,
cuando es llamado a profetizar en el año de la muerte del rey Uzías, año 758
A.C. Ejerció hasta el final del reinado de Ezequías, mientras tenía lugar la
invasión de Senaquerib en el 700 – 701 A.C.
Fue
llamado “El Príncipe de los Profetas” por el valor fundamental de sus escritos
y su legado a la nación israelita. Los avezados en las Escrituras consideran al
libro de Isaías como “El Evangelio del Antiguo Testamento” por la manera tan
particular y exacta como describe los padecimientos del Maestro con más de
siete siglos de anticipación.
Isaías era hijo de Amoz, hermano
del rey Amazías, padre de Uzías (también conocido en la Biblia como Azarías de
conformidad con 2 Reyes 15:1). Nieto de Joás y primo de Uzías. Es decir,
pertenecía a la realeza del Reino de Judá.
Era un hombre de Palacio,
contemporáneo con Oseas y Miqueas. Entre sus privilegios sociales estaba el
acceso al Rey: “Entonces dijo Jehová a Isaías: Sal ahora al encuentro de Acaz, tú, y
Sear-jasub tu hijo, al extremo del acueducto del estanque de arriba, en el
camino de la heredad del Lavador,” Isaías 7:3 y al Sacerdote: “Y
junté conmigo por testigos fieles al sacerdote Urías y a Zacarías hijo de
Jeberequías.” Isaías 8:2. No obstante, a pesar de desenvolverse
en medio de la nobleza del entonces, era un
hombre humilde: “Entonces dije: !Ay de mí! que soy muerto;
porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que
tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.”
Isaías 6:5.
Es muy probable que haya sido
asesinado bajo el reino del impío Manasés por lo poco complaciente que le
resultaba su mensaje (2 Reyes 21:10). Quizás a ello se
refiere el Espíritu Santo cuando inspira al escritor a los Hebreos, Capítulo 11, Versículo
37: “Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada;
anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres,
angustiados, maltratados;” Según los libros Apócrifos del período del
segundo templo Vida de los Profetas y
La Ascensión de Isaías, el profeta
murió aserrado (partido a la mitad con una sierra para madera) durante la
persecución provocada por el Rey Manasés.
Durante su vida, Isaías enseñó la
supremacía, la santidad y el carácter ético del mensaje de Dios. Fervientemente
se opuso a la alianza de los reyes de Judá con los imperios extranjeros. Objetó
los errores de su pueblo, al que a su vez alentó durante el cautiverio en
Mesopotamia, y profetizó asimismo el futuro renacer de Sion y Jerusalén.
Ahora bien, ¿Cuál era la
situación moral de Israel en la época en que Isaías profetizó? El mismo libro
nos indica en qué condición se encontraba el pueblo que Dios había escogido,
lo que nos enseña que el hecho de que Dios nos haya escogido, en ningún
momento nos garantiza infalibilidad si no atendemos con diligencia los
mandamientos del Señor. “Por tanto, es necesario que con más
diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.”
Hebreos 2:1. Entre muchas otras, las características de la nación de
Israel eran las siguientes: Vivían en rebeldía, de espaldas a Dios (Isaías
1:2,5); No reconocían a Dios como su Señor (Isaías 1:3); Estaban
cargados de maldad y eran depravados (Isaías 1:4); Desquiciados (Isaías
1:5); Llevaban una vida religiosa, cosa que Dios abomina (Isaías
1:11-15); Eran homicidas (Isaías 1: 15,21); Corrupción moral
en medio del pueblo (Isaías 1:6); Contumaces en cuanto a sus rebeliones (Isaías
1:16); Agoreros y fornicarios espirituales (Isaías 2:6,8). La
condición espiritual de Israel en el tiempo en que el profeta fue llamado por
Dios no era diferente a la de cualquier nación actual, ya que generalmente,
cuando escuchamos una disertación al respecto, se hace con tal asombro y
crítica como si nuestra realidad fuese distinta. Isaías resume enfáticamente la
condición moral y espiritual del pueblo de Israel al expresar que “El
buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende,
mi pueblo no tiene conocimiento.” Isaías 1:3.
“EN EL AÑO QUE MURIÓ EL REY UZÍAS VÍ YO AL SEÑOR”
Uzías,
cuyo nombre significa “el Señor es fuerte”, era solo un adolescente cuando
comenzó a reinar sobre Judá a los 16 años. Gozaba de una gran personalidad, don
de mando y recibió de parte de Jehová grandes victorias sobre los filisteos. “E
hizo en Jerusalén máquinas inventadas por ingenieros, para que estuviesen en
las torres y en los baluartes, para arrojar saetas y grandes piedras. Y su fama
se extendió lejos, porque fue ayudado maravillosamente, hasta hacerse
poderoso.” 2 Crónicas 26:15. No obstante, establece La Palabra que se
olvidó de dónde provino su fortaleza y se enalteció contra Jehová, se rebeló
contra él, a tal punto de pretender usurpar actividades propias del sacerdocio,
quemando incienso en el templo. Por ello, Dios lo hirió con lepra hasta el día
de su muerte. (2 Crónicas 26:16-21).
La
intención de resaltar fugazmente la vida del rey Uzías, es conocer en qué
ámbito se desenvolvía el profeta Isaías al lado de un hombre apartado de
Jehová. ¿Qué de extraordinario tuvo la muerte de su primo para dar un viraje a
lo que había sido su vida y su relación con Dios hasta entonces? ¿Por qué antes
no había tenido una experiencia personal con el Señor?
Es
natural que, cuando la vida de alguien cambia abruptamente, cuando se pierde a
un ser tan cercano que le garantiza influencia y alcurnia, que todos lo traten
con distancia y respeto por el círculo social en el que se desenvuelve, tal
persona entre en un estado de desconcierto, confusión y depresión por aquello
que ya no será más. Pero vemos en el caso de este novel profeta, que la muerte
de Uzías produjo una consecuencia diferente y fructífera: “…vi yo al Señor…”
¿A
quién ves tú en el día de la depresión? ¿A dónde recurres a buscar ayuda y
fortaleza en el día malo? ¿Vas al templo o permaneces inmóvil buscando una
explicación a lo acontecido? Aprópiate de sus promesas ante las desventuras:
“Porque
él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; Me ocultará en lo
reservado de su morada; Sobre una roca me pondrá en alto.” Salmos 27:5. El
profeta antes veía al rey Uzías fastuoso en el trono. Ahora sus ojos contemplan
al Gran Rey, “sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el
templo.” La palabra faldas que
aparece en este versículo es una forma de traducción. Sin embargo, en el
original aparece con la palabra hebrea shul
(orla, borde de sus vestiduras). En la antigüedad, a medida que los reyes
lograban victorias sobre sus enemigos, le eran agregadas historias de sus
triunfos a su vestidura real (conocida también como tren). De modo que esto fue
lo que quiso expresar Isaías. El borde de sus vestiduras “llenaban” el templo como
muestra de su autoridad y poder. Esa visión sacerdotal de protección e
intercesión mostrada también a la mujer del flujo de sangre que se hizo del
borde del manto del Maestro y fue sanada de su azote. (Marcos 5:25-34).
¡Qué
maravillosa enseñanza hay aquí! Sobre todo cuando en muchas iglesias los bordes de sus vestiduras no son los
que ocupan los espacios interiores. Son ocupados por la autoridad humana, los
caprichos personales y diversas formas de entretenimiento para conservar asiduos
a los creyentes. La iglesia verdadera debe dar lugar a las manifestaciones del
Espíritu Santo dentro de sí. Mientras menos sea la dependencia de rudimentos
humanos y mayor sea la del Señor, mayor identidad tendrá la iglesia con su
Padre Celestial. Cuando el creyente ve la gloria de Dios en el templo, no le
queda otra alternativa que reconocer que es inmundo de labios y que vive
rodeado de personas en semejantes condiciones. Se hace indispensable entonces
que el carbón encendido del altar toque nuestros labios para que sea quitada
nuestra culpa y limpio nuestro pecado. Solamente hay llamamiento cuando hemos
sido limpios por las brasas encendidas del altar del holocausto, del sacrificio.
En
muchas ocasiones, nos encontramos embelesados en circunstancias que ocupan
nuestra atención, a las cuales dedicamos nuestras energías y nos impide ver la
gloria de Jehová, al igual que le sucedió a Isaías. Entonces, Dios tiene que
intervenir porque hay un trabajo que hacer, un llamamiento que obedecer, un
ministerio que cumplir.
¿Qué
tiene Dios que hacer morir en ti para que le veas sólo a él? ¿Qué debe quitar Dios
de tu vida para que reacciones y trasciendas del plano material en el que te
encuentras estacionario a uno espiritual conforme a su propósito? ¿Qué te ha
estado impidiendo ver la gloria del Señor?
¡Dios se ha propuesto que veas su
gloria y ha determinado que tu rey Uzías tiene que morir!
Por:
Isaí Vegas Castro
Lima, Julio de 2018
Imagen
de dibujosbiblicos.net
Dios te siga Bendiciendo...
ResponderEliminarAmén
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