LA JERARQUÍA DE LOS PECADOS. PARTE I. SAÚL Y DAVID.

 


LA JERARQUÍA DE LOS PECADOS

PRIMERA PARTE

SAÚL Y DAVID

Gálatas 5:19-21

“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.”

            Frecuentemente solemos leer o escuchar, juicios o calificaciones respecto de los pecados, que dan a entender que los unos tienen más o menor importancia que los otros. Muchos de esos aforismos están inevitablemente influenciados por el entorno cultural de nuestra época, basados principalmente  en cómo ve la sociedad nuestros actos a través de los ojos de la moral. En este sentido, vamos a analizar esta porción de La Escritura, haciendo algunas comparaciones ad hoc entre distintos pasajes bíblicos, que reflejan el comportamiento recurrente de la naturaleza caída del hombre, aquello que el Apóstol Pablo resignado definió en Romanos 7:14-17, como producto del “pecado que mora en mí.”

SAÚL Y DAVID

            Para hacer más expedita la lectura, nos limitaremos a colocar sólo las citas bíblicas sin el texto, con el fin de dar más holgura a los argumentos. Comenzaremos nuestro estudio describiendo el pecado del Saúl, el benjamita, primer Rey de Israel. Ya hemos comentado en este blog, acerca de las virtudes de este personaje bíblico en el mensaje titulado Atributos del Desobediente. 1 Samuel 15:24-28, nos relata que Saúl desechó la palabra de Jehová. En el Versículo 24 observamos una confesión, más no un arrepentimiento. Tal parece que lo único que le importaba era preservar su imagen delante del pueblo, que lo viesen llegar con el vidente, lo cual enviaba un falso mensaje de que Jehová estaba con él. Cuando Israel subía de Egipto a la tierra prometida, Amalec atacó la retaguardia de Israel, donde se encontraban los más débiles, ancianos, niños y animales. Un acto cobarde en el código de guerra. Dios no había olvidado esta afrenta y en la persona de Saúl, al mando del ejército israelita, quiso castigar a Amalec. Le dio instrucciones inequívocas a través de Samuel para que lo destruyera. Pero Saúl perdonó al rey y a lo mejor de las ovejas. Discriminó de entre el pueblo y destruyó sólo lo vil y despreciable. Desobedeció la palabra de Jehová y en ese mismo acto perdió el reino. Vemos acá como el pecado de rebelión y la falta de arrepentimiento oportuno, arruinaron la carrera de un rey promisorio, y trazó un destino fatal que sólo fue cuestión de tiempo. Años después, vemos a Saúl desfavorecido, muriendo vergonzosamente, cometiendo un acto de suicidio (1 Crónicas 10:2-4).

            Hagamos ahora un ejercicio sencillo de comparación entre el pecado de Saúl con el de otro rey, David. Este último cometió traición y homicidio en grado de autoría intelectual. Mientras el pueblo de Israel estaba en guerra contra los amonitas, el rey David se quedó en palacio. Su ocio dio frutos. Observó a una mujer hermosa mientras ésta se bañaba, Betsabé. Y a pesar de que le advirtieron que era la mujer de Urías heteo, uno de los soldados que había salido a la guerra, envió por ella, la hizo su mujer y la embarazó. Para no quedar en evidencia, ideó su plan. Ordenó a Joab, principal de sus ejércitos, que le trajeran a Urías a la ciudad, para que durmiera con su mujer y así, hacerle creer que el hijo que nacería, le pertenecía. La lealtad de Urías a su nación no le permitió dormir con su mujer mientras Israel estaba en guerra. Ante el fracaso del plan de David, emitió una segunda orden a Joab. Poner a Urías al frente de la batalla, en el fragor de la lucha, y en el momento más crítico del combate, retirarle el apoyo y dejarlo a merced del enemigo. Esta vez el plan sí dio los resultados esperados: Urías murió. (2 Samuel 11:14-17). ¿Puede haber un acto más ignominioso que este? ¿En qué condición espiritual puede estar un ser humano para llevar a cabo una acción de esta naturaleza? Obviamente, al igual que el pecado de Saúl, a Jehová no le agradó (2 Samuel 11:27).

            Ahora bien, el pecado de rebelión de Saúl en comparación con el pecado de David, de planificar la muerte de Urías y quedarse con su mujer, es sólo un juego de niños. Si el juicio de ambos casos lo hiciéramos en la actualidad, basado en las perspectivas de nuestra estructura moral, con toda seguridad Saúl saldría absuelto y David condenado por traición, homicidio con autoría intelectual, premeditación, alevosía, asociación para delinquir, agavillamiento y adulterio. Es decir, nuestras reglas morales impulsarían el concepto de jerarquización de los pecados al cual nos han acostumbrado, basándose en la gravedad de los mismos, y no en la generalidad que le otorga la fuente, que los define como pecados de igual importancia, cuando establece que los que practican tales cosas (cada uno de ellos, sin excepción) no heredarán el reino de Dios.” (Gálatas 5:21b).

                Entonces, ¿Por qué el rey Saúl tuvo un final tan nefasto y el rey David uno distinto? ¿Según su percepción, dónde estuvo la diferencia?

                Continuará.

Por: Isaí Vegas C.

Lima, Octubre 2.020

Diseño de Imagen: @jessi.vegas

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