LA JERARQUÍA DE LOS PECADOS. PARTE II. ANANÍAS, SAFIRA Y SAULO.
SEGUNDA PARTE
ANANÍAS, SAFIRA Y SAULO
Nos
relata el libro de Los Hechos de los Apóstoles, Capítulo 5, Versículo 1 al 10,
que un hombre llamado Ananías, junto con Safira su mujer, habían vendido una
heredad y habían ofrecido dar el importe de la venta a los apóstoles, es decir,
como una contribución al ministerio de la iglesia. Pero una vez que tuvieron el
dinero en su posesión, consideraron que era mucho para darlo, y ambos
estuvieron de acuerdo en retener una parte del monto para sí. Para ello,
acordaron en decir a los apóstoles que la cantidad por la cual habían vendido
la heredad, era otra y no la verdadera. Mintieron.
El
apóstol Pedro, recibió de Dios la revelación del asunto y lo descubrió delante
de Ananías. “¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu
Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?... ¿Por qué pusiste esto en tu
corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hechos 5: 3a, 4b). Igualmente sucedió con Safira, su mujer, tres
horas después. Pero a diferencia de Ananías, tuvo la oportunidad de retractarse
de la mentira ante la pregunta de Pedro: “Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? No
obstante, ella persistió en mentir, “Sí, en tanto”. Ambos, Ananías y su
mujer, encontraron la muerte por haber mentido a Dios.
Comparemos este caso con un
personaje insigne de La Biblia, Saulo de Tarso. Mucho podemos hablar de las
habilidades y talentos de este magnífico hombre del Nuevo Testamento. Él mismo,
en ocasión de desdeñar de sus logros seculares frente a la grandeza de lo que había
alcanzado en Cristo, mencionó lo siguiente: “…Si alguno piensa que tiene de
qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel,
de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en
cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la
ley, irreprensible.” (Filipenses 3:4b-6). De hecho, desde que fue revelada su
escogencia para llevar hacia adelante el ministerio para el cual Dios lo había
llamado, se avizoraba el sufrimiento que traería consigo la misión. El título
con el cual se definió “perseguidor de la iglesia”, iba a
traer sus repercusiones: “porque yo le mostraré cuánto le es
necesario padecer por mi nombre”. (Hechos 9:16)
Saulo, en su escrupuloso celo
por la ley mosaica, su fanatismo religioso judío, su egocentrismo de clara
manifestación externa de los preceptos, y por su negativa a creer en el nuevo
pacto por el sacrificio y la sangre de Jesucristo, persiguió y asoló a la
iglesia del primer siglo con tal saña que justificaba la muerte de los
cristianos sin juicio que mediara, sólo por el hecho de sostener su fe.
Inclusive, muchos de ellos fueron martirizados físicamente, pero también otros
tuvieron que arrastrar el martirio de la conciencia al verse chantajeados en
sus creencias, coaccionados a claudicar de su fe ante las amenazas de muerte,
persecución y exilio.
De manera pues, que nos encontramos ante un personaje que causó muchos
dolores a los cristianos de la iglesia primitiva y se convirtió en un obstáculo
para la fe de ellos. Dejó profundas marcas en los creyentes, que sólo los
acontecimientos posteriores a su conversión pudieron subsanar. “Cuando
(Saulo) llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero todos
le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo” (Hechos 9:26).
El desenlace de esta etapa de lesiones a los primeros cristianos, lo
encontramos en el libro de Los Hechos de los Apóstoles, Capítulo 8, Versículos
1 al 3: “Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran
persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron
esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y
hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre
él. Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres
y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.”
Si comparamos el pecado de
Ananías y Safira, su mujer, con los de Saulo, midiéndolos por sus
consecuencias, por sus daños y por su magnitud, tendríamos que el haber mentido
en el precio de una heredad ofrecida mereció menos condenación que la
persecución, el encarcelamiento, la asolación y el consentimiento de muerte de
hombres que solamente se negaron a renunciar a su fe en el Maestro. No
obstante, Saulo fue perdonado, restaurado y usado como instrumento, no sólo
para llevar el evangelio a los gentiles y fundar congregaciones, sino para
llevar doctrina a las iglesias del mundo conocido. (Hechos 9:15). Prácticamente, sus escritos, sus cartas y sus
epístolas, dieron forma al fundamento de la iglesia cristiana de entonces y la
de nuestros días. Desde nuestra perspectiva social, Ananías y Safira, por el
hecho de mentir no merecían tanta rigurosidad en el castigo. En contraposición,
los actos de Saulo merecían una severa condena, y ni siquiera ser considerado
para llevar a cabo un ministerio. ¿Fue mayor el pecado de Ananías y Safira, que
el de Saulo? Y si la respuesta es
contraria, ¿por qué la retribución fue distinta?
Por: Isaí Vegas C.
Lima, Octubre 2.020
Diseño de Imagen: @jessi.vegas
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