LA JERARQUÍA DE LOS PECADOS
PARTE IV
ACÁN Y RAHAB LA RAMERA
Recordemos que hemos venido desarrollando el presente estudio basados en la porción bíblica que encontramos en Gálatas 5:19-21: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.”
En el mismo
orden de ideas, estudiaremos ahora a dos personajes emblemáticos en la
conquista de Canaán, a Acán y a Rahab.
El histórico
libro de Josué, nos relata un hecho lamentable sucedido durante la conquista de
la tierra prometida por parte de los hijos de Israel. En el capítulo 6, del
mismo libro, observamos que el pueblo de Dios venía de obtener una victoria
sensacional y sobrenatural sobre Jericó. ¿Quién imaginaría que ahora sufriría
una inexplicable derrota frente a un enemigo irrelevante? Veamos lo que
registra la Escritura al respecto: “Después Josué envió hombres desde Jericó a
Hai, que estaba junto a Bet-avén hacia el oriente de Bet-el; y les habló
diciendo: Subid y reconoced la tierra. Y ellos subieron y reconocieron a Hai. Y
volviendo a Josué, le dijeron: No suba todo el pueblo, sino suban como dos mil
o tres mil hombres, y tomarán a Hai; no fatigues a todo el pueblo yendo allí,
porque son pocos.” (Jos. 7:2-3). Nótese la expresión “son pocos”.
Dios se ha
caracterizado siempre por otorgar la victoria a sus hijos, no importando la
magnitud de los escuadrones enemigos, el poder que ostenten o las ventajas físicas que posean. Su Palabra nos dice: “El caballo se alista para el día de la
batalla; Más Jehová es el que da la victoria.” (Prov. 21:31). Los ejércitos de
Faraón anegados en el Mar Rojo, la flamante victoria de Josafat frente a Moab y
Amón en el desierto de Tecoa, y el triunfo del pastor de ovejas David frente a Goliat, el gigante paladín filisteo, es sólo una muestra de su poder. Entonces,
¿Qué hechos motivaron la derrota de Israel en Hai?
La Biblia nos
explica cuál fue el motivo: “Pero los hijos de Israel cometieron una
prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi,
hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se
encendió contra los hijos de Israel.” (Jos. 7:1). Este versículo se resume en
sólo cuatro palabras: codicia, desobediencia, hurto y mentira en la persona de
Acán.
El líder Josué,
contrariado, tomó la mejor decisión en estos casos. Oró a Jehová, preguntándole
la causa de la turbación de Israel. Dios le reveló el procedimiento para
obtener la confesión del culpable y también cuál sería la consecuencia de sus
actos. De esta manera, Acán y su familia fueron lapidados y quemados junto a lo
hurtado y el resto de sus pertenencias, en el
Valle de Acor.
Hagamos ahora un
ejercicio de comparación con otro personaje bíblico: Rahab. De conformidad con
el libro de Josué, capítulo 2, versículo 1, Rahab era un personaje con nada
bueno qué destacar, era una ramera. Como si eso fuera poco, era amorrea,
pertenecía a un pueblo idólatra. Vivía en Jericó, y tenía su casa en la famosa
muralla. Podríamos decir que la caída de los muros de Jericó comenzó con la
recepción de los espías israelitas por parte de Rahab. El pueblo que allí
habitaba, los amorreos, fue una civilización antigua de Babilonia, que
descendieron a Canaán para establecerse en los montes de esa región. Ya en el
libro de Génesis, capítulo 14, la Biblia nos narra que muchos años antes,
Manre, el amorreo, había recibido favores de Abram para recuperar los bienes
obtenidos por la fuerza por los cuatro reyes poderosos, ya que eran sus
aliados. La historia, cíclica, los enfrenta aquí como parte de los obstáculos
que tenía que afrontar Israel para conquistar la tierra prometida.
En este contexto, surge Rahab, una mujer que se dedicaba a practicar la prostitución en Jericó. En la antigua Babilonia, existían leyes que obligaban a las mujeres a prostituirse al menos una vez durante su vida, como cortesía hacia los extranjeros. Inclusive, solían hacerlo en los templos de sus dioses y recibían a cambio, una ofrenda para ellos. La prostitución es un fenómeno social antiquísimo, en el cual existe tráfico e intercambio sexual, donde el cuerpo es el objeto de dicho fenómeno. Esta práctica se prestaba para actos sexuales religiosos, el proxenetismo, para alentar la infidelidad y el desenfreno, aparte de que contraviene abiertamente el propósito de Dios de que la mujer tenga un solo marido, y por supuesto, el hombre una sola mujer. La ley de Moisés prohibió la prostitución (Lev. 19:29), y aunque estas prácticas eran realizadas por ambos sexos, en esta ocasión haremos mención solo de Rahab.
En la actualidad, el intercambio mercantil de los servicios sexuales atenta contra los valores éticos de la sociedad, toda vez que, con el avance de la tecnología de la comunicación, ha dado origen a la pornografía en todas sus variantes, la depravación, el fetichismo y un largo etcétera. Incluso, esta práctica, en muchas ocasiones está vinculada al uso de drogas, alcohol y otras sustancias estupefacientes, así como al contagio de enfermedades infecciosas, degenerativas y mortales. En fin, provoca la pérdida y corrupción de los valores morales de la humanidad, lo que precisamente advirtió Dios a Moisés en la cita mencionada del libro de Levítico.
Ahora bien, el
oficio de Rahab llevaba sobre sí toda esta carga de condena. La Palabra de Dios
relata que esta mujer se arrepintió e hizo un acto de fe, recociendo que Jehová
es Dios de los cielos y la tierra: “Por la fe Rahab la ramera no pereció
juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz.” (Heb.
11:31).
Siendo
objetivos, la codicia y posteriores actos de Acán, fueron menos inmorales que
el pecado de prostitución de Rahab. Haber hurtado y escondido parte de un
botín, resulta un hecho irrisorio comparado con el de profanar la dignidad del
cuerpo a cambio de dinero. En un eventual juicio de los pecados cometidos por
Acán, hijo de Zabdi, y de Rahab, la ramera, ¿Quién de ellos merecería mayor
condena? ¿Cuántos codiciosos, mentirosos y ladrones de hoy en día son
considerados ilustres personajes, beneficiarios de títulos honoris causa que
las universidades les confieren, o nominados a premios internacionales por la
paz, para honrar compromisos políticos y complacientes transacciones sociales?
Acán fue
apedreado, y por haber mentido y hurtado, sometió a su familia, junto a todas
sus pertenencias, a la misma suerte. En cambio, a Rahab le fue perdonada la
vida, y el acto de misericordia alcanzó a sus familiares y a todas sus
posesiones. Acán, su casa y su descendencia fueron borrados de los herederos de
la tierra prometida, no importando cuánto fuese colaborado en la conquista
hasta ese momento. No obstante, Rahab, pasó a formar parte del linaje ancestral
de Jesús, al integrarse a la tribu de Judá mediante su matrimonio con Salmón.
(Mat. 1:5).
Entonces, de acuerdo
a los patrones morales de nuestra sociedad, ¿no fuese sido más lógico que Acán
fuese recibido una condena menor que Rahab?
¿Dónde radicó la diferencia, para que alguien que había hecho de la
prostitución su modo de vida, haya recibido el honor de formar parte de la
ascendencia del Maestro, y que Acán, por haber codiciado y hurtado unos cuantos
objetos que pudo transportar en sus manos sin ser visto, haya recibido junto a
su familia, una muerte tan atroz como lo es la lapidación? ¿Tiene mayor importancia
el pecado de la codicia, el hurto y la mentira, que el de la prostitución?
Evidentemente, Dios observó en estos dos personajes, algunos factores que la
gran mayoría de nuestra sociedad presente no es capaz de ver, los cuales
determinaron el desenlace de sus vidas.
Continuará.
Por: Isaí Vegas C.
Lima, Febrero, 2.021
Diseño de imagen: @jessi.vegas
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